Suena diciembre en lo
alto de la memoria, suena como si fuese la melodía de aquella canción que cada
año sonaba en la pista de hielo a la que solías llevarme. Aunque odiabas
patinar porque decías que eras patoso. Yo sé que en realidad, sentías vergüenza
porque una niña de nueve años pudiese deslizarse durante una hora sin rozar el
frío con sus manos. Se me daba bien. Quizás fuese porque en otra vida tú me
habías enseñado, aunque en ésta lo olvidaste. O porque me habías regalado unos
guantes mágicos.
Aún recuerdo la manta
sobre mi nariz, impaciente por la llegada del señor Noel. Y todos los regalos
que el amanecer enfundaba bajo mi cama. Contábamos las luces del Corte Inglés y
los pasos de peatones hasta las montañas de copos. Los contábamos y perdíamos
la cuenta a los tres segundos.
Los dos éramos
Navidad. Y cada 25 de diciembre nos hacíamos llamar Guirnalda y Nieve. Éramos
el olor a mazapán recién abierto y el traqueteo del tren por la vuelta al
hogar. Como aquel anuncio que tanto nos gustaba cantar. Y sobre todo, éramos el
arroz inflado del turrón Suchard despedazándose entre los dientes. Éramos
muchas sorpresas bonitas, muchos techos a oscuras mientras soñaba. Éramos,
ayer, aroma y canela, sobre las arrugas de mi almohada.
Cuando la vigilia se
quiebra, volvemos a ser una bifurcación que cumple cada once del último mes, un
nuevo invierno sin el olor a momentos convividos. Volvemos a ser dos
desconocidos que nunca se han rescatado. Fingiendo que no existimos. Tú
recobras el papel de ese padre que no me ha visto nacer, extraño, que no ha
aprendido a patinar. Yo vuelvo a ser un diciembre triste sin muñecos de nieve
ni termómetros en la cama.
Desde que abandonaste
mi Navidad, no he dejado de preguntarme dónde has estado, cuál es tu mes
favorito, por qué te esfumaste, si te gusta el turrón duro o el blando. Y sigo
siendo el mismo mes más triste del año. Sin nosotros.
Creado especialmente para la maravillosa Antología navideña que ha dirigido la señorita Agnes (gracias).
Jamás imaginé que alguien fuera capaz de escribir de forma igual, tus palabras se clavan directas al corazón.
ResponderEliminarCoincido con La chica de ojos café, directo al corazón. Final conmovedor.
ResponderEliminarAbrazos!
Obvia que una lágrima intentó escaparse mientras leía.
ResponderEliminarDuro. Cuando piensas en diciembre, tan sólo cabe vislumbrar montañas de luz y felicidad, pero... también está la otra cara de la moneda.
ResponderEliminarBesos
Gracias por tu visita, y por el comentario, y por permitir que llegue hasta aquí, también... Acabo de leer este texto. Me gustó, me gustó de verdad. Luego seguiré recorriéndote.
ResponderEliminarTe dejo un abrazo, muy navideño.
Mario
Eso nos pasa a muchos cuando llegan estas fechas, se mezcla el frío exterior con el interior y forman un incendio espantoso.
ResponderEliminart Djo 1 bso.
Un gran post a pesar de la tristeza. Por lo bien escrito que está y porque es fácil identificarnos al leerlo con esa orfandad tan dolorosa. Felices fiestas, eso sí te lo digo. Diciembre puede levantar el ánimo.
ResponderEliminarEl frío hace que sintamos las cosas con mayor intensidad. Hace que anhelemos más aun de lo que pensábamos ciertas circunstancias.
ResponderEliminarProfundo post, se ve de lejos que hay sentimiento. Y grande. Transmites eso! Y con claridad.
Bonito blog, te voy leyendo!
Paula
Un relato tan triste como claro, escrito de una forma preciosa. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarUn beso.
Siempre he pensado que Diciembre es un mes un tanto nostálgico.
ResponderEliminarMe ha encantado todo lo que transmites en este relato. La verdad que es para leerlo varias veces y parar a pensar el porque de tus palabras.
A algunas personas le ocurren cosas tristes en sus vidas, y utilizan esta oportunidad para forjar una personalidad indestructible.
Un abrazo muy fuerte, y muchas gracias por comentarme, adoro leerte.
:)
Martina.