Reincidentes

Madrugada de sábado. Típica inconsciencia etílica de vamos a fumarnos la noche y que revienten las calles hasta que no queden vasos. Volvía a casa como si nada estuviera pasando y nada pasaba. En mitad de la oscuridad un sonido. El móvil. Una luz. Su número. Su puto número. El que no se va.

«Tú siempre lo supiste,

yo no lo quería creer.

Tú siempre tuviste razón.

No quiero entrometerme en nada,

tan sólo decirte que...

seas feliz.

Te lo mereces.

Gracias».

El pasado vuelve. Vuelve como si nunca hubiera embalado sus seis letras con gomaespuma y doble capa de cinta aislante. Como olvidándose de que había arruinado mis convergencias con su partida. Qué entrópicos fuimos; qué imbéciles. Quizás no debería contestarle. Lo ha dejado con aquella rubia natural. Seguro que no debo. Me apuesto el mundo. Y aun así, lo que fueron años, parecen minutos. Parece como si los intervalos entre nosotros nunca hubiesen sucedido, como si las pausas sólo hubiesen sido un tiempo muerto para coger aire. Todo es igual y, equidistantemente, somos raíles a punto de estallar.