Svalbard se derrite y tú y yo volviendo

Vernos cuando parecía utopía
el vuelo migratorio de tu reticencia
despistar al destino sin infantería.

Y decirte, sin ganas de componer,
que ya no soy la persona que solía ser,
que no podrías reconocerme,
que no sabrías qué historias manipular,
porque no tienes ni remota idea
de que mis favoritas
son las que acaban mal
con cicatrices que se ensañan
y no se van.
Me complacería tanto
dejarnos caer por cualquier parque,
rescatarnos del estanque
como si fuera habitual
recomponernos a la par.
Y ponernos al día de nuestros besos
entre pausas y silencios
tres miradas ilegítimas,
dos torpes equivocados,
un millón de años luz
y un poco de cianuro bajo los labios
por no hablarte más de la cuenta.
Porque si bebo, se me va la lengua,
porque si escuchas, se me va la vida.

Vernos cuando somos la ironía
de dos marcos sin fotografías,
de restos jurásicos en sequía.

Confesarte que te estoy olvidando
y no quiero,
que ya es una década la que nos separa
y no conoces ni siquiera
de qué colores me arropa tu insolencia
o que no soporto el agua tibia
en París.
Y respondes que te quema verme
en todos los insomnios de cornisas vacías
al recordar cómo se quemaron los fragmentos
de nuestros huesos
y que el rencor se quedó en deshielo.
O eso fue lo que imaginé para paliar
la angustia de este volver a quererte
cuando sólo pedimos la cuenta y un café
en vez de arrinconarme entre la luna y tú
tan matemáticamente delicado y hoy
tan físicamente huérfanos
como destripando el olvido
a punto de olvidarnos.

Volver a vernos
y lo demás volviendo.